Monday 23 de April de 2007, 00:00:00
Los añosminuto
Tipo de Entrada: RELATO | 4 Comentarios | 2336 visitas

De relativos y absurdos ......


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Añosminuto

Estaba allí, a más de dos mil metros de altitud, viendo consumirse el día a través del cristal de la puerta del refugio.


Dentro hacía casi tanto frío cómo fuera, pero al menos no sufría las embestidas del viento, que levantando nieve y sumándose a las bajas temperaturas, hacía descender la sensación térmica más allá de lo razonable. Por suerte había comenzado a soplar en la parte final de la ascensión, cuando ya era más fácil seguir hasta el refugio que regresar al fondo del valle.


Al ser un refugio libre del tipo prefabricado, no había ni siquiera una chimenea donde encender un fuego reconfortante, y en ausencia del Sol, que no se había dejado ver en todo el día, la única fuente de calor era su propio cuerpo. Así que lo único que podía hacer – aparte de cenar caliente, que para eso había acarreado el hornillo – era conservar su propio calor lo mejor posible, por lo que, exceptuando las gafas de ventisca y los crampones, llevaba puesta toda la indumentaria habitual para el exterior: gorro, buff, chaqueta, guantes, sobrepantalón, polainas y botas.


Y así estaba, contemplando cómo las ráfagas de viento burlaban la fuerza de la gravedad y empujaban la nieve pendiente arriba, formando en algunos sitios inestables y peligrosas sobreacumulaciones de toneladas y toneladas de agua blanca que caerían en el momento menos pensado.


No sabía la hora que era – aunque podría precisarla, media hora más, media hora menos, por lo avanzado del día – pero no le importaba. O, mejor dicho, no saberlo era lo importante. Porque de eso se trataba precisamente, de no saber la hora exacta. Con premeditación. Por eso, abajo en el valle, antes de iniciar la ascensión se había quitado el reloj y lo había metido en la mochila, envuelto en una bolsa opaca para no ver la hora ni por descuido.


Admiró las montañas con serenidad: las lejanas, difuminadas por la ventisca; las próximas, cuyo tamaño y cercanía impedían abarcarlas por completo con la vista. Y se sintió minúsculo ante las descomunales dimensiones de los macizos, indefenso ante la dureza despiadada de las condiciones climáticas, solo en la inmensa desolación de las cumbres, efímero ante los millones de años vividos por aquellas moles rocosas. Era simplemente absurdo aplicar a las montañas las escalas y referencias del ser humano. ¿Qué era un año humano para esas montañas, que debían contar su edad por glaciaciones, erupciones, cataclismos, o vete tú a saber? ¿Acaso serían diferentes por el simple hecho de que el planeta Tierra hubiese completado una vuelta alrededor de la estrella Sol? Recordó que en cierta ocasión, tras haber participado en una excursión didáctica sobre geología, hizo algunos cálculos y llegó a la conclusión de que un año, en la vida de esas montañas, equivalía a poco más de un minuto en lo que, supuso, sería su propia vida.


Además, por si eso no fuera suficiente, esas montañas ya estaban ahí mucho antes, millones de años antes, de que el ser humano fuese ni siquiera un prototipo, un concepto. Y tal como andaban las cosas, seguirían ahí mucho después de que de la especie Homo Sapiens Sapiens no quedase ni siquiera el recuerdo, tras ser erradicada de la faz de la Tierra por un Suicidio Universal, anunciado pero no evitado, y ejecutado metódicamente mediante el infalible sistema del falso progreso, consistente en el despilfarro de los recursos naturales, la destrucción del propio hábitat, la contaminación y el cambio climático. Especie desaparecida, en definitiva, por no tener conciencia de especie, por no sentirse parte de un Todo.


Si, tal vez sin glaciares, sin nieve, sin ríos, sin sarrios, sin árboles ni hierva, yermas… Pero esas montañas seguirían ahí, cómo una referencia inmutable, demostrando que, por suerte, hay cosas que están más allá de las voluntades del ser humano. O, por lo menos, que hay cosas que el ser humano no puede destruir sin destruirse a si mismo.


El día se apagó definitivamente y, sin luna para plantarle cara, la oscuridad fue creciendo y creciendo hasta llenarlo todo, incluso el interior del refugio.


Aún siguió mirando hacia fuera, hacia la negrura. Ahora que la vista resultaba inútil, parecía cómo si otros sentidos ganasen protagonismo. Y tal vez fuese por las percepciones combinadas de todos ellos, pero sentía perfectamente la presencia de las montañas a su alrededor, detrás de la oscuridad. Cerró los ojos y la sensación se intensificó. Con el oído podía percibir la evolución de la ventisca – que parecía amainar – por la intensidad y duración del sonido de cada ráfaga. Respiró hondo y percibió el olor del viento, de la nieve y del frío. Pero el frío mismo dejó de sentirlo. En ese instante supo que había conseguido lo que había ido a buscar allí arriba: sentirse un poco montaña para, cómo las montañas, poder ver pasar los años humanos como minutos, sin prestarles atención, sin importancia, despojándolos de toda trascendencia artificiosa con sólo aplicarles otra escala, con sólo mirarlos desde otra dimensión.


No supo cuanto rato permaneció así. Ahora sí que había perdido el sentido del tiempo. Encendió el frontal lo justo para desnudarse y meterse dentro del saco. Su último pensamiento, mientras el sueño lo embargaba, fue que mientras él estaría durmiendo, abajo, en miles de pueblos y ciudades, millones de personas celebrarían con frenesí, cómo si en ello les fuese la vida y sincronizadas a toques de campana - ¡qué absurdo!, pensó sonriendo - el cambio de año humano. Dejó de pensar y se centró en sentir, para volver a sentirse montaña, hasta que quedarse profundamente dormido.


Era el treinta y uno de diciembre de dos mil .....


P. Moraleja Molina – “Pemomo”


4 Comentarios
Enviado por Lupus el Monday 23 de April de 2007

Gracias Pemomo por hacerme sentir ... montaña.
Enviado por Lupus el Monday 23 de April de 2007

Gracias Pemomo por hacerme sentir ... montaña.
Enviado por Toni.m el Tuesday 24 de April de 2007

Muy bueno. Felicidades.
Enviado por Toni.m el Tuesday 24 de April de 2007

Muy bueno. Felicidades.


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